El futuro de estas naciones es sombrío: la estrategia rusa ha resultado en un suicidio nacional, mientras que Ucrania enfrenta un armisticio que detendrá su desarrollo.
La inevitable tragedia del futuro inmediato
La pregunta sobre el futuro de Ucrania y Rusia es una que domina el panorama geopolítico global. Sin embargo, un análisis descarnado y desapasionado sugiere una conclusión sombría: ninguno de los dos países tiene un futuro prometedor, al menos no a corto o mediano plazo. Ambas naciones se han enredado en una telaraña de decisiones catastróficas y de negación de la realidad que ha hipotecado décadas de desarrollo y crecimiento. Ver El fascinante arte de la estrategia
Rusia, en particular, está cometiendo uno de los casos más espectaculares de suicidio nacional de la historia. Cientos de miles de vidas, un costo económico cifrado en cientos de miles de millones de dólares, y un legado de décadas de diplomacia rusa —e incluso soviética— han sido sacrificados en el altar de los delirios de un solo hombre.
La estrategia histórica de la URSS y, posteriormente, de Rusia, se basó en mantener una influencia geopolítica sobre Europa Occidental. Esto se lograba, en gran medida, mediante la conexión energética a través de gas barato y la compra de voluntades políticas afines a Rusia en Occidente. La administración actual logró arruinar por completo esta estrategia en menos de un año.
El gigante gasístico, Gazprom, por ejemplo, ha reportado pérdidas por primera vez desde 1999, una señal clara del colapso de su modelo de negocio. Han llevado a la bancarrota proyectos estratégicos como el Nord Stream 2 y ahora se ven obligados a vender recursos naturales a potencias asiáticas por una fracción de lo que la Unión Europea pagaba antes de 2022. Esta es la cruda realidad que define el futuro económico de la nación.
La negación de la realidad y el colapso de la estrategia rusa
Se han escrito cientos de páginas intentando racionalizar esta debacle: explicando cómo convertirse en un estado paria y abandonar cualquier perspectiva seria de desarrollo económico podría ser lo mejor para Rusia. Sin embargo, demasiadas personas temen aceptar la única explicación racional a este suicidio nacional: el país más grande del planeta simplemente está siendo dirigido por un individuo incompetente que ha perdido el contacto con la realidad.
El líder actual no encaja en el molde del jugador de ajedrez geopolítico ni del villano de Hollywood con un plan maestro. Es, más bien, un burócrata mediocre y no particularmente inteligente, un exfuncionario de la KGB que ascendió al poder por accidente y que, desde entonces, ha mantenido al país como rehén de su propia incompetencia. Su estrategia carece de lógica a largo plazo. Ver Maquiavelo y sus excelentes discípulos
El futuro de Rusia no se materializará en un colapso instantáneo en mil pequeños estados, como algunos analistas optimistas predicen. Es perfectamente posible que la guerra contra Ucrania se prolongue durante años, extendiendo el sufrimiento y el desgaste. Pero lo que sí es seguro es que Rusia se ha despedido de cualquier perspectiva seria de convertirse en un país desarrollado y de alcanzar los niveles de vida de Occidente en el futuro previsible.
Su destino se perfila, tristemente, como el de un estado cliente de China. En las próximas décadas, Rusia se deslizará gradualmente hacia la irrelevancia primitiva, un estado que parece ser el destino natural del país cuando se le corta el acceso a la tecnología occidental y al talento intelectual emigrante. Sancionada por Occidente y con su comunidad de intelectuales y científicos disminuyendo rápidamente, Rusia carece de los dos pilares esenciales para el desarrollo moderno.
La realidad de Ucrania: entre el desgaste y la quimera
Antes de que esta proyección sombría sea adoptada por los simpatizantes de Ucrania como una victoria moral, es imperativo analizar con la misma franqueza el futuro de este país. Rusia y Ucrania tienen, lamentablemente, mucho más en común de lo que a los ucranianos les gusta admitir, compartiendo problemas estructurales similares, especialmente en el ámbito demográfico.
Ambos países enfrentan una demografía apocalíptica (la tasa de fertilidad es de 1.42 en Rusia y un alarmante 0.98 en Ucrania). Además, ambos comparten una preocupante propensión a la negación de la realidad.
En el caso de Rusia, se manifiesta en los delirios de grandeza que afectan a gran parte de la población, que cree genuinamente que su país es una superpotencia mundial y un adversario digno de Occidente, cuando en la práctica se ha convertido en un satélite asiático.
En el caso de Ucrania, la negación de la realidad se expresa en la idea igualmente descabellada de que el país es el líder del "mundo libre", en lugar de ser una nación empobrecida y devastada por la guerra que sobrevive únicamente gracias al soporte vital financiero, militar y político de Occidente.
Ucrania está atrapada en una guerra de desgaste que, en términos militares y demográficos, no puede ganar por la fuerza. Parece que su única estrategia es esperar que un país con cuatro veces su población y once veces su Producto Interno Bruto (PIB) se desmorone primero, una apuesta de muy bajo futuro.
El armisticio y las consecuencias para el desarrollo
La guerra podría terminar mañana o prolongarse varios años, pero el resultado más probable será el mismo: un armisticio al estilo del conflicto de Corea, con una línea de frente consolidada.
Este armisticio implicará una serie de concesiones difíciles:
1. Ucrania no recuperará la totalidad de su territorio, pero tampoco lo reconocerá formalmente como ruso.
2. Las sanciones impuestas a Rusia por Occidente no serán levantadas por completo.
Esta situación de estancamiento tiene graves implicaciones para el desarrollo de ambos países. Sin la resolución clara del conflicto y sin la eliminación de las sanciones, ninguno de los dos países atraerá la inversión extranjera directa necesaria para la reconstrucción y el crecimiento económico sostenido. La fuga de cerebros, el drenaje de talento intelectual y profesional, continuará sin freno en ambas naciones, erosionando su base productiva para el futuro.
La membresía de Ucrania en la Unión Europea y la OTAN, aunque sea un objetivo nacional, seguirá siendo una quimera mientras la situación permanezca congelada o sin un acuerdo de paz definitivo. La estrategia de Occidente estará limitada por la necesidad de evitar la escalada.
El largo camino hacia el desarrollo
La esperanza para el futuro a largo plazo reside en la posibilidad de un cambio político en Rusia. En algún momento, por improbable que parezca ahora, Rusia tendrá un líder algo más cuerdo (un fenómeno que, afortunadamente, ha ocurrido varias veces en la historia rusa) y buscará activamente un acercamiento con Occidente.
Se estima que este cambio podría ocurrir incluso antes de 2030, y es casi seguro que sucederá antes de 2050. Sin embargo, incluso si la paz y la normalización ocurrieran mañana, tanto Rusia como Ucrania tardarán décadas en ponerse al día con el mundo desarrollado.
Esta necesidad de reconstrucción no es solo física, sino también institucional, económica y cultural, después de setenta años de comunismo y más de veinticinco años de un sistema autocrático. El costo del suicidio nacional se pagará durante generaciones.
Finalmente, el desafío demográfico proyecta una sombra aún más oscura sobre el futuro. Con el colapso demográfico que se avecina y las tendencias migratorias actuales, el destino a largo plazo de Rusia y Ucrania podría ser el de vastos territorios despoblados o con una composición étnica y religiosa radicalmente distinta en unas pocas décadas, lo que cambiaría por completo su identidad histórica. El camino hacia el desarrollo será, si acaso posible, arduo y prolongado.
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