La élite de políticos de carrera revela un secreto oscuro: su misión es deber favores, no ser un servicio público genuino a la sociedad.
🏛️ Políticos y el mito del servicio público genuino
La pregunta fundamental que a menudo se plantea es: ¿Debería la gestión pública y sus políticos ser un servicio público a la sociedad? En teoría, la respuesta es un rotundo sí. Sin embargo, en la práctica, el panorama es mucho más cínico y desalentador.
Observando a los políticos de
carrera, aquellos que han hecho de la administración su
única profesión, se revela una tendencia
abrumadora. De cada cien, quizás solo dos o tres logran romper el molde y
mantener una integridad
inquebrantable. La realidad sugiere que el político promedio no
está en el negocio de ayudar a la población; está firmemente instalado en el
negocio de deber favores.
El acceso al poder, la toma de decisiones y el control de los presupuestos se convierten en una mercancía transaccional. La élite se mueve bajo reglas que el ciudadano común rara vez entiende. Estos políticos de carrera son, para sus donantes y financiadores, como un pacto con un poder oscuro. Ver Si los políticos son manipuladores, es culpa tuya
💰 La agenda y el sistema de deuda invisible
Existe un término aparentemente neutro que
se utiliza para describir las promesas y prioridades de un político:
"agenda". Sin embargo, esta palabra elegante y de buen SEO no es más que un eufemismo para
algo mucho más simple y menos ético: el soborno.
Cuando
una institución poderosa, un fondo de inversión global o un multimillonario
inyecta millones en una campaña electoral, ¿alguien cree seriamente que el
objetivo es simplemente ayudar al bienestar colectivo? Nadie en su sano juicio
puede sostener esa creencia.
Ese político tiene una
deuda, invisible para el votante, pero totalmente vinculante para el donante.
Tiene que responderle a ese
"inversor". Por eso, resulta tan manipulador observar
a ciertas facciones de políticos denunciar públicamente a las grandes
corporaciones, mientras reciben miles de millones de estas mismas entidades en
dinero para sus campañas y estructuras partidistas. Esto demuestra cuán
susceptibles son las sociedades a la manipulación de la
narrativa pública frente a la realidad financiera.
🗣️ El auge del lobbista y los
negocios de la influencia
El entorno que rodea a la gestión pública
crea nichos de negocio
sorprendentemente lucrativos, incluso para aquellos con una ética laboral
cuestionable. Uno de los mejores negocios para una persona con aversión al
trabajo duro y genuino es
convertirse en cabildero o lobbista.
No se requiere ser una figura de talla
mundial. Basta con conocer bien a un alto funcionario o un administrador
influyente en cualquier nivel territorial. Con esa única conexión, se abre la
puerta a un negocio potencialmente millonario. Los lobbistas son
intermediarios de influencia.
La magnitud de estos negocios es
asombrosa. En una pequeña área urbana con una población limitada, un lobbista puede embolsarse
comisiones de varios millones de unidades monetarias simplemente por facilitar
acuerdos y servicios entre la administración y las grandes
empresas. Esta es la prueba más tangible de que el sistema no opera bajo el
principio de la igualdad, sino del
acceso privilegiado.
🦸 La lucha aislada de los personajes fuera del sistema
De vez en cuando, el sistema de políticos de carrera se ve
desafiado por la aparición de personajes que genuinamente parecen tener la
intención de provocar un cambio profundo. Son figuras que provienen de fuera
del establecimiento tradicional, que no
están atadas a la deuda de los donantes y que prometen soluciones radicales.
Sin embargo, la historia nos muestra que,
usualmente, estos líderes disruptivos no duran mucho tiempo o se enfrentan a
una resistencia masiva. La razón de este fracaso frecuente es compleja y a
menudo reside en la propia sociedad. Las masas, al
parecer, prefieren la comodidad de las mentiras agradables a la dureza de las
soluciones reales. Las soluciones genuinas a problemas
profundos e históricos a menudo conllevan enormes sacrificios económicos y
sociales que nadie está dispuesto
a asumir. La mayoría de la población desea el resultado sin el dolor del
proceso.
La percepción pública se
convierte en el eslabón más débil. Las sociedades, en su manipulación por las
narrativas, a menudo son incapaces de diferenciar la integridad del
espectáculo. Un político corrupto o
con un historial moralmente cuestionable puede ser reelegido y protegido por su
pandilla partidista, mientras que
el intento de homicidio moral o criminal queda convenientemente en el olvido.
El acceso de los políticos al dinero público es el colmo de la ironía: manejan fondos que no trabajaron para ayudar a personas que, en su mayoría, ni siquiera conocen. Creer que esto se hace por altruismo y no por poder es un ejercicio de ingenuidad que solo se lo pueden permitir los más crédulos.
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