EL TODO Y LA NADA. El principio y el fin. El alfa y el omega. Lo absoluto. Lo innombrable. Lo inefable. Se dice que hablar de Dios es limitarlo.
Sin embargo siglos de teología no han cesado de marear la perdiz y definir hasta el detalle Sus intenciones, Su sentido del bien y del mal, Su implacable justicia que condena a las llamas eternas a los aviesos pecadores, la asombrosa encarnación de Su hijo en la tierra para ¿salvarnos?… ¡Qué hermosas metáforas manoseadas muchas veces por fanáticos irredentos, ignorantes, manipuladores y neuróticos ebrios de poder!
Dios |
Admitámoslo sin ambages: si la propia vida ya es un misterio, su génesis y desenlace quedan muy lejos del alcance de la comprensión humana. La pregunta que más temo, la que me he visto obligado a escuchar cientos de veces, la que siempre me deja perplejo es: «¿cree usted en Dios?». ¿Qué entenderá mi interlocutor por Dios?, me pregunto de inmediato. Aunque se nos ha dicho hasta la saciedad que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, yo me inclino a pensar que es el hombre quien crea a Dios a su propia imagen y conveniencia. Cada uno alberga la idea del Dios que le conviene… o que le han enseñado. Ciertamente, en ese Dios no creo como realidad absoluta. Pero ¿cómo expresarlo sin ofender la sensibilidad del otro, sin parecer soberbio? ¿Cómo dar a entender que no concibo reducir la grandeza del misterio más insondable del universo a un simple cliché infantiloide y estereotipado?
El hinduismo enseña a relativizar el concepto de lo divino. Considera esa religión que Brahman, lo Absoluto, está fuera del alcance de la comprensión humana y no vale la pena molestarse en tratar de entenderlo. Su admirable cosmogonía dispone, sin embargo, de una figura mucho más asequible, Ishwara, el dios personal, dotado de forma y cualidades. Alguien más próximo al hombre, en quien éste puede pensar, a quien puede amar y con el que es posible establecer una relación devocional. En el panteón hindú hay tantas personalidades divinas como se quiera: Brahma, Vishnu, Siva, Rama, Durga, Krishna, Lakshmi, Párvati…, cada una con sus características, cualidades, simbolismo y biografía. Allí, todo el mundo encuentra el dios que necesita, pero nadie se engaña. Son conscientes de que ese dios es sólo una referencia útil, ya que la esencia es inaprensible. Para ellos, Ishwara viene a ser algo así como un mapa que orienta, pero que no es el terreno.
Las religiones modernas, como el cristianismo, han copiado la figura de Ishwara ignorando la metáfora. El resultado no ha podido ser más patético. Veinte siglos después de Cristo aún andan los teólogos enredados en explicar el misterio de la Santísima Trinidad y la naturaleza de las distintas Personas que la componen. No hay mayor inmadurez que interpretar la metáfora religiosa como un hecho real. He ahí la esencia de la ignorancia y el fanatismo.
Quizá sorprenda a los desavisados saber que el hinduismo no es una religión propiamente dicha, sino un cúmulo de religiones y maneras distintas de entender a Dios. Los principios comunes son mínimos. No existen dogmas. Cualquier nuevo sistema de pensamiento es prontamente aceptado. El énfasis no está nunca en detentar una verdad rígida y excluyente. Por el contrario, la tolerancia es la característica universal. Parten del principio de que la idea que cada uno tiene de Dios es la que corresponde al grado de evolución y desarrollo de su mente. Así, hay quien ve la divinidad en el sol o en una piedra. A ellos dedican ceremonias y adoraciones. Para otros, el dios supremo es Krishna, nacido de una madre virgen para salvar al mundo. Y aún Krishna adopta, para satisfacer a todos, distintas personalidades. Las mujeres con instinto maternal le identifican con el niño-dios que jugaba con las gopis en Vrindavan. Otros, como Arjuna en el Bhagavad Guita, encuentran más apropiada la personalidad del dios-amigo. Hay quien prefiere la imagen protectora del dios-padre, o la figura maternal de Párvati, esposa de Siva. Los más simples viven esta relación con lo divino con total aceptación, sin hacerse preguntas. A medida que las luces de la razón se van abriendo camino en sus mentes, aparecen figuras más sofisticadas hasta alcanzar la lucidez vedántica de la consciencia única e inmanente.
Parece sensato que en un mundo extraordinariamente plural, donde conviven filósofos y pastores, sabios y gañanes, fuertes y débiles, las cosas intangibles no tengan una dimensión unívoca que hayan de aceptar todos por igual. Siendo dios —Ishwara— una creación humana y siendo lo humano tan relativo, ¿qué tiene de extraño que cada mente dibuje a Dios como mejor le convenga? No es Ishwara, ese dios pequeñito, personal, de conveniencia, que los distintos pueblos han diseñado para ocultar sus miedos, para simbolizar lo absoluto o, sencillamente, para catalizar los más elevados sentimientos, quien realmente importa. Aprendiendo a respetar y a tolerar el dios de los otros, comprenderemos las exactas dimensiones del nuestro. No tratemos de imponer una sola idea de Dios —la nuestra— como algo absoluto y universal. En esa obcecación fanática hay un conflicto en ciernes. El dios cristiano, el dios judío o los dioses hindúes son sólo un producto de la mente, de la biografía y de la cultura. Lo importante es lo que hay detrás. Esa realidad común que estamos aún lejos de entender. Utilicemos los dioses si los necesitamos, pero para el crecimiento, no para la confrontación.
Quizá, después de todo, Dios no sea una persona, sino una experiencia. Quizá no viva en el Paraíso, si no en el corazón de cada criatura, de cada cosa, de cada átomo. Quizá no esté vigilando paranoicamente cada una de nuestras acciones, sino que el universo disponga de un sistema de retribución propio, de una ley de causa y efecto —acción y reacción— que se ocupe en todo momento de mantener el debido equilibrio. Quizá, Dios ni siquiera haya creado el universo, sino que éste sea un sueño, un divertimento, un juego de la consciencia, sin más fuste que nuestro propio convencimiento de que es real. Y quizá esté esperando a que los hombres nos demos cuenta del engaño, tornemos nuestros ojos a la esencia, nos despojemos del personaje imaginario que hemos utilizado para vivir y nos incorporemos a la mismidad intemporal que, quizá, nunca hemos dejado de ser. Amén.
Del libro COSAS QUE APRENDÍ DE ORIENTE, de Francisco López-Seivane
Cada uno busca el consuelo que le conviene. Es cuestión de tener eso que llaman fe. También tiene que ver mucho aquí el peso de las tradiciones, de las costumbres, de los ritos. Se juntan con frecuencia los rituales, con el ambiente festivo y las celebraciones. Aquí la razón no forma parte del juego. Intentar demostrar algo indemostrable es una manera de marear la perdiz y de dar categoría científica a lo que no la tiene. Lo malo no es creer o no creer en esto o en aquello sino que la creencia sea un vehículo -inconfesable- de control de masas.
ResponderEliminarUn saludo, Carlos.
Si tú y yo hubiéramos nacido en Afganistán, llevaríamos barba, nuestras mujeres burka y pasaríamos el tiempo pegando tiros contra la tribu rival, el invasor soviético o de la OTAN o contra alguien en general porque nos iría la marcha, para mayor gloria de Alá. Y pensaríamos que sólo nuestra fe es la verdadera.
EliminarNo conviene tomarse demasiado en serio las creencias propias ni las ajenas... salvo cuando son peligrosas para nuestra integridad.
Un saludo, Cayetano.
La necesidad humana desde su nacimiento inmaduro se apoya en la protección de los adultos que engendraron y demás ancestros, lo cual inevitablemente engendra la política religiosa, filosofica y social de todos los tiempos y culturas. El género humano tridimensional no merece atención, ni sus loas ni sus quejas. Excepciones afortunadas existen, por supuesto, seguramente producto exitoso de distorsiones genéticas.
ResponderEliminarLo mejor del concepto divinidad para nuestro género es que marca los niveles del techo emocional humano.
Por cierto hace años conocí personalmente al tal . Fco. Lopez Seivane hace más de 25 años. Jaajjj Todo un “pájaro “ que no convenció al “buitre leonado” que me representa y que le tocó en esta feria utilizar el disfraz humano y coyuntural de gallinita clueca. “ Hablando de plumajes”!!
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