Continente salvaje cambia radicalmente la visión que se tenía de la II Guerra Mundial y ayuda a entender la Europa actual, heredera de aquellos conflictos
Casi todo lo referente a la Segunda Guerra Mundial ha sido estudiado y difundido. Sin embargo, muy poco es lo que se conoce de los cinco años posteriores a la guerra en los que murieron también millones de europeos y decenas de millones sufrieron los horrores de la posguerra. Basado en documentos originales, entrevistas y estudios académicos en ocho lenguas diferentes, Continente salvaje cambia radicalmente la visión que hasta hoy se tenía de la Segunda Guerra Mundial y ayuda a entender la Europa de nuestros días, heredera de aquellos conflictos.
Europa, 1945: continente salvaje |
No hay nada
Imaginemos un mundo sin instituciones. Es un mundo en el que las fronteras entre países parecen haberse disuelto, dejando un único paisaje infinito por donde la gente viaja buscando comunidades que ya no existen. Ya no hay gobiernos, ni a nivel nacional ni tan siquiera local. No hay escuelas ni universidades, ni bibliotecas ni archivos, ni acceso a ningún tipo de información. No hay cines ni teatros, ni desde luego televisión. La radio funciona de vez en cuando, pero la señal es remota, y casi siempre en una lengua extranjera. Nadie ha visto un periódico durante semanas. No hay trenes ni vehículos a motor, teléfonos ni telegramas, oficina de correos, comunicación de ningún tipo excepto la que se transmite a través del boca a boca.
No hay bancos, pero esto no constituye una gran adversidad porque el dinero ya no tiene ningún valor. No hay tiendas, porque nadie tiene nada que vender. Aquí nada se produce: las grandes fábricas y negocios que solía haber han sido destruidos o desmantelados como lo ha sido la mayoría de los edificios. No hay herramientas, guardad lo que se pueda extraer de los escombros. No hay comida.
La ley y el orden prácticamente no existen, porque no hay fuerzas policiales ni judiciales. En algunas zonas ya no parece haber un claro sentido de lo que está bien y lo que está mal. La gente coge lo que quiere sin tener en cuenta a quién pertenece —de hecho, el sentido de la propiedad en sí ha desaparecido en gran medida. Los bienes sólo pertenecen a aquellos lo bastante robustos para aferrarse a ellos y a los que están dispuestos a defenderlos con su vida. Hombres armados deambulan por las calles, cogiendo lo que quieren y amenazando a cualquiera que se interponga en su camino. Mujeres de todas las clases y edades se prostituyen a cambio de comida y protección. No hay vergüenza. No hay moralidad. Sólo la supervivencia.
Europa, 1945: continente salvaje |
Soviéticos y un abuelo alemán
Un teniente británico contaba una historia que demuestra la impotencia de los soldados aliados para lidiar con el ambiente sumamente cargado que existía en ese momento, además de la brecha moral entre las actitudes de aquellos a quienes los nazis habían ultrajado personalmente y los que no. En mayo de 1945, Ray Hunting circulaba por una carretera comarcal tranquila cerca de la ciudad de Wesel cuando presenció un suceso que no olvidaría el resto de su vida:
“Vi dos hombres delante: un ruso que se dirigía a Wesel y un anciano
alemán con un bastón que caminaba despacio hacia la estación. Cuando nos
acercamos, los hombres se detuvieron, aparentemente el ruso le preguntó la hora
porque el anciano sacó un reloj con leontina del bolsillo de su chaleco. Con un
movimiento combinado el ruso agarró el reloj y hundió un cuchillo de hoja larga
en el pecho del alemán. El anciano se tambaleó y cayó de espaldas en la cuneta.
Cuando nos paramos, sus pies estaban al aire y las perneras de su pantalón
deslizadas hacia abajo, mostrando dos pantorrillas delgadas y blancas.
El ruso había extraído el cuchillo y estaba limpiando con calma la
sangre de la hoja en el abrigo del anciano cuando le metí el cañón de mi
revólver en las costillas. Cuando el ruso se encontró en la carretera con las
manos arriba, le di el revólver a Patrick y salté a la cuneta a auxiliar a la
víctima. El anciano estaba muerto. El ruso, un bruto que se expresaba con
dificultad, me miró mientras me arrodillaba al lado del cuerpo sin rastro de
emoción o remordimiento.
Me hice con el cuchillo y el reloj, luego le empujé dentro de la parte
trasera del camión y me senté frente a él con el revólver. Fuimos a la Oficina
del Gobierno Militar para entregarle al capitán Grubb, pero había salido. Llevé
al prisionero a la Kaserne, donde podrían ocuparse de él según las leyes
soviéticas.
Metí al prisionero en la Sala de los Jefes agarrado por el pescuezo y
le acusé de asesinato aportando el cuchillo y el reloj. Uno de los jefes, que
se identificó como el Administrador (la palabra rusa es igual que la inglesa),
dio un paso al frente.
«¿Dice usted que este hombre mató a un alemán?», preguntó con una
sonrisa. Le mostré el arma del crimen. Cruzó la habitación hasta donde estaba
un colega, le quitó una chapa en forma de estrella roja de la gorra, luego la
prendió en el pecho del asesino y ¡le besó en la mejilla! El asesino del
anciano se escabulló de la habitación luciendo su condecoración y se perdió
entre los cientos de personas de las barracas. Nunca volví a verle.”
Europa, 1945: continente salvaje |
Mujeres y latas en Nápoles
A comienzos de octubre de 1943, poco después de la liberación de Nápoles, Norman Lewis, de la Sección 91 de la Seguridad Zonal Británica, se encontró entrando con el coche en una plaza de algún lugar de las afueras de la ciudad. Un gran edificio público semiderruido dominaba la plaza y delante de él había varios camiones del ejército. Uno de esos camiones parecía estar lleno de provisiones americanas y una multitud de soldados aliados estaban cogiendo latas de raciones. Estos soldados entraron luego a raudales en el edificio municipal, aferrando las latas contra su pecho.
Intrigados por descubrir lo que pasaba, Lewis y sus compañeros les siguieron al interior y se abrieron paso hacia delante. Anotó en su diario lo que se encontró:
“Había una fila de señoras sentadas a intervalos de un metro más o
menos con la espalda apoyada en la pared. Esas mujeres estaban vestidas con
ropa de calle y tenían el aspecto normal del ama de casa de clase trabajadora
limpia y respetable, que hace la compra y chismorrea. Al lado de cada mujer se
alzaba un montoncito de latas, y enseguida se hizo evidente que era posible
hacer el amor con cualquiera de ellas en aquel lugar público añadiendo otra
lata al montón. Las mujeres se mantenían muy quietas, no decían nada, y sus
rostros eran tan inexpresivos como máscaras. Podrían haber estado vendiendo
pescado, salvo que ese lugar carecía de la emoción de una lonja. No había
gestos explícitos, ni insinuaciones, ni incitación, ni siquiera la exhibición más
discreta y fortuita de la carne. Los soldados más audaces avanzaban a empujones
hacia delante, las latas en la mano, pero ahora, ante estas proveedoras de la
familia que vienen aquí impulsadas por sus despensas vacías, parecían flaquear.
Una vez más, la realidad se impuso al sueño, y cundió el desánimo. Hubo algunas
risas de vergüenza, chistes que no hicieron gracia, y una tendencia visible a
escabullirse discretamente. Al final, un soldado un poco achispado, azuzado
todo el tiempo por sus amigos, puso su lata de víveres al lado de una mujer, se
desabrochó y se sentó sobre ella. Inició un movimiento lento de caderas y no
tardó en acabar. Un momento después estaba de pie abrochándose de nuevo. Fue
algo para olvidar lo antes posible. Podía haber estado entregándose a un
castigo en vez de a un acto de amor.”
Del libro CONTINENTE SALVAJE, de Keith Lowe
Del mismo libro: ¡Y si realmente no sabes odiar, te enseñaremos!
Y pensar que hay gente de distinto signo político que siguen jugando con fuego. ¿Qué piensan? ¿Que una guerra es una aventurilla donde la mayoría gana algo? Está claro que la historia puede enseñarnos muchas cosas, pero muchos no van a clase.
ResponderEliminarUn saludo, Carlos.
No solo la historia, con que leyeran algo decente me conformaría. Pero saben que el odio mueve más que la razón, y a eso juegan, como tantas veces se ha hecho en la historia. Hace sólo 25 años Yugoslavia quedó hecha una mierda por lo mismo. Ya se nos ha olvidado que puede ocurrir en cualquier país.
EliminarUn saludo, Cayetano.
Lamentablemente olvidamos rápido... se nota en este relato y en los muchos que vinieron después. Muchos de los que llegaron a Venezuela, más que por la guerra, huyeron por situaciones como las que mencionas. Fue peor el remedio que la enfermedad... Eso sí, algunos quieren volver a lo mismo...
ResponderEliminarSaludos Carlos
Olvidamos rápido y los medios de comunicación han conseguido que así sea. Lo que no sale ahí es como si no existiera. Cuando veas la prensa es conveniente investigar quien paga la tinta.
EliminarSaludos, Manuel.
El ser humano es siempre el que paga las consecuencias en las batallas, por aquellas personas obsesionadas, en solucionar todos sus conflictos mediante guerra como unica forma de un acuerdo más sin embargo los que inician las guerras son aquellas personas que se conocen pero que no se aniquilan
ResponderEliminarMe asquea ver la televisión. Mienten todo el rato. Con el mayor descaro. Como si fuéramos idiotas.
ResponderEliminarLa población es como las señoras esas de las latas.
Ya no hay servicios públicos como hemos conocido, salvo pequeñas islas de respeto en el ámbito local.
Los ladrones de lo público campan a sus anchas y los medios de difusión les hacen la pelota con un descaro que destruye la moral.