En sus memorias de las décadas de 1940 y 1950, publicadas tras su muerte a raíz del famoso «asesinato del paraguas» en Londres en 1978, el escritor disidente búlgaro Georgi Markov cuenta una historia que es emblemática del periodo de la posguerra, no sólo en su país, sino en el conjunto de Europa.
Se trataba de una conversación entre uno de sus amigos, que había sido arrestado por desafiar a un oficial comunista que se había saltado la cola del pan, y un oficial de la milicia comunista búlgara:
—Y ahora cuéntame: ¿quiénes son tus enemigos? —preguntó el jefe de la milicia.
K. se quedó un momento pensativo y contestó:
—Realmente no lo sé, creo que no tengo enemigos.
—¡No tienes enemigos! —El jefe alzó la voz— ¿Pretendes decir que no odias a nadie y que nadie te odia a ti?
—Nadie, que yo sepa.
—Estás mintiendo —gritó de repente el teniente coronel, levantándose de la silla—. ¿Qué clase de hombre eres que no tienes enemigos? ¡Si no tienes enemigos está claro que no perteneces a nuestra juventud, no puedes ser uno de nuestros ciudadanos!... ¡Y si realmente no sabes odiar, te enseñaremos! ¡Te enseñaremos de inmediato!
¡Y si realmente no sabes odiar, te enseñaremos! |
En cierto sentido, el jefe de la milicia tiene razón: era prácticamente imposible salir de la Segunda Guerra Mundial sin enemigos. No puede haber una demostración mejor del legado moral y humano de la guerra. Tras la desolación de regiones enteras, tras la carnicería de más de 35 millones de personas y tras las innumerables matanzas en nombre de la nacionalidad, la raza, la religión, la clase social o el prejuicio personal, prácticamente todo el mundo en el continente sufrió algún tipo de pérdida o injusticia. Incluso países como Bulgaria, que apenas habían participado en la lucha, habían sido objeto de revueltas políticas, violentas disputas con sus vecinos, coacciones de los nazis, y finalmente de invasión por una de las nuevas superpotencias mundiales. En medio de todo esto, odiar a un adversario se convirtió en algo completamente natural. En realidad, dirigentes y propagandistas de todos los bandos habían pasado seis largos años fomentando el odio como arma esencial en la búsqueda de la victoria. En la época en que este jefe de la milicia búlgara aterrorizaba a jóvenes estudiantes de la Universidad de Sofía, el odio no era una mera consecuencia de la guerra: la mentalidad comunista lo había elevado a la categoría de obligación.
Del libro Continente salvaje, de Keith Lowe
No solo de la guerra...Incluso del trabajo sales con enemigos. Y a veces son gratis...
ResponderEliminarSaludos
Tener enemigos parece ser algo inevitable, hay que aceptarlo y lidiar con ello. Cristo, Sócrates, Mahoma y otros lideres espirituales los tuvieron.
EliminarSaludos
El tema no es tener enemigos. El tema es que haces con ellos, los destruyes o los perdonas como cristo y socrates.
ResponderEliminarOlvidarlos...al menos tratar
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