Vamos a dar un pequeño rodeo por la filosofía con un toque de humor. Imagina una tetera. No una tetera cualquiera, sino la que evocó el filósofo británico Bertrand Russell: ¡la tetera cósmica!
Russell tuvo una idea bastante divertida. Dijo: "Si afirmo que hay una pequeña tetera en órbita alrededor del Sol, tan pequeña que ningún telescopio en la Tierra podría detectarla, ¿depende de usted demostrar que no existe o me corresponde a mí demostrar que existe?" La idea detrás de esta metáfora es que es bastante absurdo pedirle a alguien que refute una afirmación no verificable, especialmente cuando esa afirmación no va acompañada de ninguna evidencia sólida.
Y es más o menos lo mismo con Dios. Si alguien afirma que Dios existe pero que, por definición, es invisible, inmaterial o inaccesible a cualquier método de verificación, ¿cómo podemos probar que Él no existe? Es un poco como buscar esa famosa tetera de Russell en el espacio: imposible demostrar que algo no existe, especialmente cuando está más allá de nuestros medios de observación y detección. ¡Depende de aquel que afirma la existencia de un Dios proporcionar pruebas, así como me correspondería a mí mostrarles imágenes de mi tetera cósmica si afirmara su existencia!
Uno puede pasarse la vida intentando demostrar que algo invisible e intangible no existe, pero el reto reside en el hecho de que, como decía Russell, "la ausencia de pruebas no es prueba de ausencia". El hecho de que no pueda probarte que Dios no existe no significa que Él sí exista. Es una pregunta que requiere reflexión, pero también una cierta distancia sobre la naturaleza misma de lo que se puede o no se puede probar en el universo.
Básicamente, la cuestión de Dios es un poco como esta tetera: cada uno puede elegir creer en ella o no, pero sin pruebas convincentes, sigue siendo una cuestión de fe personal.
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