Vivimos convencidos de que somos seres únicos, irrepetibles, especiales.
Pero, si miramos con honestidad, somos el resultado de todo lo que nos han dicho y enseñado. El “verdadero yo” que tanto defendemos está enterrado bajo capas y capas de condicionamiento.
Quizás, después de tantos años, ya ni siquiera sabemos quiénes somos realmente. Ver Lo que nunca te enseñaron
Nos gusta pensar que tenemos el control de
nuestras vidas, que somos dueños de nuestras decisiones. Sin embargo, nuestra
mente es un laberinto de miedos, deseos y distracciones, cuidadosamente
construido por la sociedad para mantenernos en nuestro sitio. No somos los
dueños de nuestros pensamientos; ellos nos poseen a nosotros, dictando cada
paso, cada reacción, cada emoción.
La vida no es tan aleatoria como parece. Es una
coreografía de patrones, de guiones que seguimos sin darnos cuenta. Creemos que
elegimos, pero en realidad solo respondemos a desencadenantes emocionales,
expectativas sociales y pulsiones biológicas. Todo ha sido escrito para
nosotros antes de que tuviéramos la oportunidad de opinar.
Decimos que queremos libertad, pero la verdad es
que solo queremos elegir nuestras propias cadenas. Llamamos “independencia” a
la posibilidad de escoger una versión diferente de la misma prisión. Cambiamos
de jaula, pero seguimos encerrados, convencidos de que ahora sí somos libres.
La verdad, aunque duela, es que todos estamos
representando un papel. Creemos que somos libres, pero solo actuamos el
personaje que nos asignaron antes de que supiéramos hablar. La vida es un
teatro, y nosotros, actores sin libreto propio.
Cuando por fin te preguntas “¿Qué es realmente la
vida?”, te das cuenta de que nadie tiene la respuesta. Todos giramos en
círculos, fingiendo saber a dónde vamos, repitiendo frases hechas y siguiendo
caminos trazados por otros.
Las personas no cambian, solo adaptan su máscara
a nuevas circunstancias. Si observas tus propios patrones, verás que repites
los mismos errores, los mismos miedos, las mismas excusas. Lo llamas
“crecimiento” para sentirte mejor, pero en el fondo sabes que es solo un cambio
de escenario.
Ignorar la oscuridad que llevas dentro es el peor
error. Todos tenemos un lado oscuro. No eres mejor ni peor que nadie. Cuando
aceptas tu sombra, dejas de fingir ser “bueno” y empiezas a ser real.
La verdad más dura de todas: no eres especial.
Nadie lo es. Todos jugamos el mismo juego, seguimos las mismas reglas, aunque
nos guste pensar lo contrario. Pero ahí está la magia: reconocerlo y dejar de
fingir.
Cuanto más profundo buscas, menos sentido tiene
la vida. Deja de buscar respuestas. La pregunta en sí misma es una trampa. La
vida no tiene que tener sentido. Simplemente es. Acéptalo… o sigue fingiendo
que es otra cosa.
Y tú, ¿qué opinas?
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