Las fórmulas científicas de la felicidad. Si tanto nos afanamos en calcular la cesta de la compra, ¿no merece unos minutitos la gestión de nuestra felicidad?
Decía la canción: “Tres cosas hay en la vida: salud, dinero y amor”, pero hoy sabemos, gracias a dos investigadores británicos, que estos tres términos no son más que uno de los componentes de la dicha.
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Las Fórmulas científicas de la felicidad |
La fórmula de tan ansiado sentimiento responde al título que se ve aquí: F=P+5E+3H. Si crees en las estadísticas, claro. Y si te fías de la lectura que de ellas hacen los investigadores británicos Carol Rothwell y Pete Cohen, una psicóloga y un “asesor de estilos de vida”, que anunciaron el pasado enero el “hallazgo” de la ecuación de la felicidad.
Para obtenerla, encuestaron a 1.000 voluntarios, y de sus respuestas infirieron que el nivel de felicidad de una persona tiene los siguientes ingredientes, y en las siguientes proporciones (casi culinarias): la felicidad es igual a P (lo que denominan “características personales”, que engloban el optimismo, la flexibilidad, la extraversión), a la que se suma, multiplicada por 5, E (necesidades básicas: “salud, dinero y amor”, seguridad personal...), más 3 por H, que se refiere a las necesidades “de alto rango” (la autoestima, las expectativas, las relaciones profundas y las ambiciones).
El tipo y el equipo de fútbol
Así de fácil. Para Rothwell, su “descubrimiento” tiene el mérito de “ser la primera ecuación que permite a las personas poner cifras a su estado emocional”. No todos están de acuerdo. El director del Centro de Estudios Neurobiológicos de Madrid, y autor del libro La felicidad, José Manuel Rodríguez Delgado, se muestra así de tajante: “Es una estupidez: ninguna ecuación matemática podrá definir la felicidad”. Quizá el mérito de Rothwell y Cohen sea el de aportar algunos datos estadísticos.
Gracias a ellos, sabemos que hombres y mujeres obtienen de forma diferente su felicidad –ellos, del sexo y el triunfo deportivo (de su equipo, claro); y ellas, de la familia y de... ¡adelgazar!–. Otros estudios apuntan que lo más indicado para ser feliz es ser mujer y mayor de 30, que la inflación nos entristece y la democracia nos alegra, y existe incluso una base mundial de la felicidad, en la que España, con un 6,5 (en una escala del 1 al 10), está en mitad de la lista, liderada por Suiza (8,1). El farolillo rojo es Moldavia, con 3.
“Qué voy a hacerle, soy feliz”, confesaba avergonzado Pablo Neruda. La felicidad ha tenido a menudo mala prensa, como si el desgraciado fuera más lúcido, más digno de estudio. La psicología ha sido durante mucho tiempo una ciencia de la enfermedad que ha ignorado un aspecto del ser humano más frecuente de lo que se pensaba (un 74% de los españoles se considera bastante o muy feliz, según datos de 2002). ¿La prueba? Desde 1887, Psychological Abstracts (una de las guías más importantes) ha incluido 140.000 artículos sobre la cólera, la ansiedad y la depresión, y sólo 3.000 sobre emociones positivas.
Como apuntan los psicólogos María Dolores Avia y Carmelo Vázquez en su obra Optimismo inteligente, “la investigación tiene una deuda pendiente con emociones importantísimas”. Una deuda que se está saldando gracias a la llamada “psicología positiva”, que analiza las emociones gratificantes en una línea en consonancia con la OMS, que define la salud no como ausencia de enfermedad, sino como estado de bienestar. Una encuesta de la compañía Onhealth demostró que el 86% de los estadounidenses identificaba salud con “estado general de felicidad”.
Los placeres terrenales
Pero, ¿qué es la felicidad desde el punto de vista psicológico? Los expertos han vacilado entre la felicidad concebida al estilo aristotélico, como orientación hacia objetivos que uno valora (no su satisfacción plena, porque la falta de las cosas deseadas es elemento indispensable de la felicidad, como señaló Bertrand Russell), y la más sencilla: felicidad como hedonismo.
Y la han relacionado con tres sistemas de conducta que se nutren y dan sentido entre sí, según explican los psicólogos J. R. Averill y T. More en su obra Handbook of emotions: el biológico (las necesidades más terrenales), el social y el psicológico (autorrealización). ¿Qué significa? Pues bien, que ante un manjar, y con buena compañía, sentimos felicidad porque se satisfacen tanto placeres sensoriales (comer, reír) como otros más elevados (buenas relaciones sociales). Unos sin otros no dan felicidad.
Menos felices, más enfermos
¿Existe alguna “receta”? Sed optimistas, nos dicen. Podemos empezar por medir nuestro optimismo con un test (el Life Orientation Test –LOT–, desarrollado por Charles Carver, de la Universidad de Miami) y convencernos de que con serlo obtendremos beneficios para nuestra salud. Un estudio realizado por Christopher Peterson, de la Universidad de Michigan, afirma que los pesimistas de un grupo de estudiantes pasaron 8,6 días enfermos al mes como media; los optimistas, sólo 3,7. En su mayor parte fueron infecciones, males vinculados con el sistema inmunitario.
Pero los psicólogos apuntan más claves. Metas asequibles, no obsesionarse con uno mismo, abrirse al mundo... Y nos recuerdan que el olvido es una característica de la memoria, no un defecto. El olvido selectivo afecta positiva –normalmente– o negativamente –en casos de depresión–. Las personas felices no viven menos tragedias, sino que su memoria no se “regodea” con ellas. En las mundanas palabras de Rita Hayworth: “Los dos atributos que marcaron mi felicidad son: una buena salud y una mala memoria”.
Eso me ha puesto deprimentemente feliz 🙃🫥😶
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