Educación que recibe el protagonista de la novela para convertirse en un ser amoral y en un sinvergüenza con las mujeres.
¿Hubo alguna vez once mil vírgenes? es un guiño divertido de Enrique Jardiel Poncela a las abundantes novelas y ensayos que por la época (años 30 del siglo pasado) se encargaban de estudiar el tema del donjuanismo, adentrándose en las poco exploradas tierras de la sexualidad humana.
La educación moral del sinvergüenza |
Por eso, el descubrir de pronto que Pedro, su sobrino, mostraba ya a los trece años deseos de ser un sinvergüenza, volvía loco de alegría al tío Félix.
Y añadía con las manos apoyadas en los hombros de Pedro:
—¡Lo serás, hijo mío, lo serás! Yo te lo prometo y Félix de Valdivia jamás ha prometido en balde…
¡Pero, señor, si mi sueño dorado fue siempre tener un hijo para hacerle absolutamente feliz convirtiéndole en un sinvergüenza perfecto!… Eres rico, Pedrito; eres guapo, porque hay que reconocer que eres guapo, en lo cual, al fin y al cabo, sales a mí; tienes un aire distinguido y una buena figura, como yo también. Y tienes vocación. Y por último, tienes a tu tío Félix que es un maestro sin par… No te falta nada, nada… ¡Ah, qué clase de sinvergüenza puedes llegar a ser! Un sinvergüenza estupendo…
Y agregó con los ojos brillantes y el tono de un catedrático a principio de curso:
—Desde mañana empezaremos las clases, hijo mío.
Las clases duraron cinco años, y en ellos trabajaron de firme.
Lo que más le costó al tío Félix fue arrancar del alma de Pedro el amor al prójimo y el respeto a la mujer. Sentados en un banco del parque era frecuente oír que el anciano aristócrata le decía a su sobrino:
Del amor al prójimo.
—Esto no puede ser, Pedrito, ¡esto no puede ser!… Mientras no aprendas a despreciar al prójimo y a mirar a las mujeres como a gatos, perderemos el tiempo… Esta mañana, un mendigo se ha acercado a la verja del parque a pedir limosna y tú has avisado al aya, que le ha sacado al poco rato un panecillo.
Pedro fue a disculparse, pero el tío atajó su protesta:
—Me parece bien que lo niegues, porque la mentira es la única verdad del mundo; pero tu negativa es inútil, pues yo mismo te he visto desde uno de los ventanales de mi despacho. Socorrer a un mendigo estaría pasable en un muchacho que se preparase para arquitecto, por ejemplo, pero en un muchacho que está estudiando para sinvergüenza, es imperdonable, Pedrito. Si me haces otra de estas, dejamos la preparación…
—¡No, tío Félix, no!…
—Bueno, pues que no vuelva a suceder. ¿Qué dijimos en la lección octava respecto al prójimo?
—Que todos los hombres se odian; que la solidaridad humana es un camelo de los socialistas. Que el que no hace daño al semejante es unas veces porque no puede y otras porque no encuentra en ello beneficio. Que solo los poderosos de la tierra prescinden a veces de utilizar su fuerza contra los humildes y eso a causa de que por el único hecho de ser poderosos saben ya que hieren, ofenden y molestan a los que no lo son. Que los hombres son individualistas, se alegran del mal del prójimo y tienden a separarse unos de otros y solo se unen cuando se convencen de que necesitan hacerlo si quieren reventar a un enemigo superior: origen de los Ejércitos, los Sindicatos, las Sociedades de fútbol, etc.
—Muy bien… ¿Y qué más dijimos en esa lección octava?
—Que entre los hombres las injurias y los daños pueden llegar a perdonarse, pero los elogios insuficientes o los favores, esos no se perdonan jamás.
—Perfectamente.
—Que en la Humanidad son humildes los que no pueden ser soberbios y son soberbios los que carecen de talento en absoluto, lo que motiva el que unos y otros deban ser despreciados por igual. Que la bondad hace nacer la ingratitud; de suerte, que la verdadera bondad consiste en ser malo para evitar que los demás caigan en el horrible vicio de ser ingratos. Que los tontos solo aman a los que los adulan, y los listos, ni a esos.
—Bueno… ¿Y recuerdas cuál era el resumen de la lección?
—Sí. Un proverbio japonés, de Hata-Hari.
—Venga.
—Si cortándote un solo cabello puedes salvar de una catástrofe a la Humanidad, déjate el pelo largo hasta la tumba.
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De la manera de tratar a las mujeres.
Y también era frecuente que en aquel banco del jardín de Sagarreterrat —ahora convertido en jardín de Akademos— don Félix de Valdivia dijera a su sobrino:
—Me parece, Pedrito, que estás muy flojo en la lección séptima.
—Me la sé de cabo a rabo, tío Félix.
Y Pedro se recogía un momento en sí mismo y exponía sin vacilaciones:
—El verdadero sinvergüenza debe prescindir, al amar a las mujeres, de toda piedad y de toda compasión, y debe mostrarse con ellas absolutamente egoísta, obedeciendo a lo que le dice su cerebro y no haciendo ningún caso de lo que le diga el corazón, única manera de conservar la independencia.
—Muy bien.
—El amor es la guerra de dos que no se odian… hasta que no se aman.
—¡Eso!
—Y en toda guerra vence el más fuerte, el más preparado y el que mejor conserva la serenidad.
—Adelante.
—La mujer tiende a abandonar al que la ama, por lo cual —y para evitarlo— el hombre debe apresurase a abandonarla después de haberla amado. Los sentimientos deben analizarse y nunca obedecerse. El instante de seducir a la mujer es aquel momento en que su belleza nos tienta, y el instante de abandonarla es aquel momento en que su suerte empieza a preocuparnos.
—¡Al pelo!
—No debe amarse a la mujer; debe amarse al amor, que es lo único que aman las mujeres. No debe amarse a la mujer por ser mujer, sino por la satisfacción que ella proporciona a nuestros sentidos. La mujer no debe ser nuestra compañera, debe ser nuestra vanidad, nuestro objeto de lujo, un cacharro de adorno, un capricho, un juguete, una pelota de tenis. Para vencerla, hay que violarla; para interesarla, no hacerla caso; para dominarla, tratarla como a una cosa de fácil sustitución. Amarla es perecer; inclinarse sobre su amor es como inclinarse sobre un acantilado: se ensucia uno de agua y está en peligro de caerse al mar, y encima se sirve de diversión al público. De la boca de una mujer deben interesar siempre los labios, pero jamás las palabras. La mujer seducida es una esclava; la mujer amada es un tirano y en amor no debe haber otro tirano que el hombre. Esperar generosidad de la mujer es como esperar el paso de un expreso en el desierto del Sahara…
Etcétera, etcétera.
El programa de estudios.
Llegó un momento en que Pedro de Valdivia se supo de carrerilla las quince lecciones del Tratado teórico del sinvergüenza que el tío Félix le había escrito y entregado para su estudio y cuyo programa acaso sea conveniente que estampemos aquí:
TRATADO TEÓRICO DEL SINVERGÜENZA
Escrito expresamente por don Félix de Valdivia para lograrle la máxima felicidad a Pedro, su sobrino.
LECCIÓN 1.ª.— Males y perjuicios vitalicios que acarrean al Hombre la vergüenza, la compasión y la bondad y sistema de huir de las tres plagas.
LECCIÓN 2.ª.— La Religión como anestésico contra la indignación del Hombre que piensa, ante la desigualdad humana.
LECCIÓN 3.ª.— Del egoísmo, del cinismo, de la explotación al débil y de otros medios diversos para alcanzar la felicidad y la fortuna.
LECCIÓN 4.ª.— De los mil derechos que la Patria tiene sobre el ciudadano, a cambio de que este se pudra en una fosa cavada en la tierra que le vio nacer.
LECCIÓN 5.ª.— La Política como sistema para engañar a los bobos y que se aguanten con todo, pensando en que «la cosa» va a cambiar de un momento a otro.
LECCIÓN 6.ª.— Semejanza de la importancia de la mujer con la del gato.
LECCIÓN 7.ª.— Clase de sentimientos que deben utilizarse para amar a las mujeres.
LECCIÓN 8.ª.— Necesidad de tratar el prójimo a zapatazos.
LECCIÓN 9.ª.— De lo ilícito de quitarles los bienes a los otros cuando los otros son tan tontos que se los dejan quitar.
LECCIÓN 10.ª.— El remordimiento y la conciencia, fantasías moriscas.
LECCIÓN 11.ª.— Del talento, de la perseverancia, de la laboriosidad y de otras cosas igualmente funestas.
LECCIÓN 12.ª.— El trabajo como sistema de estropear la ropa.
LECCIÓN 13.ª.— Necesidad biológica de la mentira, de la falsificación y del fraude.
LECCIÓN 14.ª.— Ventajas que se derivan del matrimonio de nuestros semejantes: la viudez y el adulterio.
LECCIÓN 15.ª.— De la satisfacción de no cumplir el deber ni pagar las deudas.
(A) APÉNDICE PRIMERO.— Cien sistemas para enamorar mujeres sin recurrir el estacazo en la base del cráneo.
(B) APÉNDICE SEGUNDO.— Cien sistemas para abandonar a las mujeres sin recurrir a la fuga en avión.
Era un tratado completísimo que quizá deshonraba al que lo pusiera en práctica, pero que —desde luego— honraba a su autor.
Enrique Jardiel Poncela (Madrid, 15-10-1901-ibídem, 18-02-1952)
Fue un escritor y dramaturgo español. Su obra, relacionada con el teatro del absurdo, se alejó del humor tradicional acercándose a otro más intelectual, inverosímil e ilógico, rompiendo así con el naturalismo tradicional imperante en el teatro español de la época. Esto le supuso ser atacado por una gran parte de la crítica de su tiempo, ya que su ironía hería los sentimientos más sensibles y abría un abanico de posibilidades cómicas que no siempre eran bien entendidas. A esto hay que sumar sus posteriores problemas con la censura franquista. Sin embargo, el paso de los años no ha hecho sino acrecentar su figura y sus obras siguen representándose en la actualidad, y se han rodado además numerosas películas basadas en ellas. Murió de cáncer, arruinado y en gran medida olvidado, a los 50 años. Para saber mas haz clic aquí.
Parte de nuestro teatro, sobre todo el llamado teatro del absurdo, no podría entenderse sin la figura de este dramaturgo.
ResponderEliminarUn saludo.
Y que además tiene un fino humor que aun mueve a la risa.
EliminarUn saludo.
la leccion 8 que risa
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