Durante los primeros años de la guerra, el gobierno japonés pudo mantener la ilusión de control y victoria entre su población.
Las pérdidas de portaaviones, soldados caídos e islas conquistadas por el enemigo podían ocultarse fácilmente, especialmente cuando ocurrían a cientos de millas de distancia. El hundimiento de cientos de barcos mercantes cargados de suministros y municiones para el frente no significaba mucho para la población civil.
Sin embargo, todo cambió drásticamente en julio de 1944.
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La captura de la isla de Saipán en las Islas Marianas del Pacífico Central por los marines estadounidenses marcó un punto de inflexión. Los aeródromos de Saipán ponían a gran parte de las islas japonesas, incluidas Tokio y la llanura de Kanto, al alcance de los bombarderos enemigos. Los estadounidenses no tardaron en aprovechar esta ventaja estratégica.
El 24 de noviembre de 1944, con la recién comisionada Superfortaleza B-29, los ataques aéreos comenzaron en serio. La Operación San Antonio I, dirigida contra la planta de aviones Musashino en el área de Tokio, involucró a 110 B-29. Aunque la incursión enfrentó dificultades y solo unas pocas docenas de aviones lograron bombardear el objetivo, el impacto psicológico fue significativo.
A diferencia del ataque Doolittle de mayo de 1942, que fue mayormente simbólico y causó poco daño físico, la Operación San Antonio representó una amenaza real que los propagandistas japoneses no podían ignorar. El gobierno japonés ya no podía fingir que la guerra seguía a su favor.
La situación solo empeoró a partir de ese momento. Aunque las primeras incursiones de los B-29 sobre Japón no fueron tremendamente efectivas en términos de daño físico, su efecto moral fue irrefutable. A pesar de la fuerte resistencia antiaérea y de los cazas japoneses, los B-29 nunca fueron completamente repelidos. Regresaban una y otra vez, socavando la confianza de la población en la capacidad de su gobierno para protegerlos.
El punto de quiebre llegó en la noche del 9 al 10 de marzo de 1945. Más de 300 B-29 lanzaron el ataque aéreo más devastador de la guerra contra Tokio. Abandonando las tácticas de bombardeo de precisión a gran altitud, los estadounidenses adoptaron el bombardeo incendiario a baja altitud sobre un patrón de cuadrícula general. Los resultados fueron catastróficos.
En cuestión de horas, 16 millas cuadradas del corazón de Tokio fueron arrasadas por una tormenta de fuego de proporciones apocalípticas. Más de 100.000 civiles japoneses perecieron en el inferno. Los estadounidenses perdieron solo 14 B-29, con poco más de 40 dañados.
Los bombardeos incendiarios continuaron sobre otras ciudades japonesas: Nagoya, Kobe, Kioto, Osaka. El saldo fue devastador: cientos de miles de muertos (mucho más que las bombas atómicas), millones de personas sin hogar y millones más obligadas a huir al campo. La incapacidad del gobierno japonés para proteger a sus ciudadanos se hizo dolorosamente evidente.
Para el verano de 1945, la Fuerza Aérea del Ejército de los EE. UU. operaba con tal impunidad que anunciaba sus objetivos con anticipación. Se lanzaban panfletos sobre las ciudades pocos días antes de los bombardeos, sin temor a la resistencia antiaérea o de los cazas japoneses. Las amenazas se cumplían inexorablemente, y pronto el pueblo japonés comenzó a confiar más en los panfletos del enemigo que en las promesas de su propio gobierno.
A pesar de la naturaleza autoritaria del estado japonés y la vigilancia constante del Kempeitai (policía secreta) en busca de disidentes, la realidad era innegable. Aunque no se podía admitir abiertamente, era evidente para todos, incluso para el nacionalista japonés más acérrimo, que la guerra estaba perdida. El enemigo controlaba los cielos de Japón, y el gobierno de Tokio era impotente para proteger a su población de la devastación que traían las Superfortalezas.
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Guerra .Esta palabra tenía que ser retirada del vocablo humano.Llegar al día que sea así .Es sólo cuestión nuestra
ResponderEliminarEs una estupidez del ser humano arrasar a otros seres iguales, con victorias funestas para la humanidad. Debe abolirse del entendimiento humano, la cretina actitud belicista
ResponderEliminarMasacre, terrorismo, sacrificios humanos, abuso, genocidio, ecocidio, epistemicidio, hipocrecía...típico de la cultura cristiana de occidente.
ResponderEliminarDeberías leer algo de historia antes de afirmar que esos horribles términos son asociables al cristianismo
EliminarPor qué no empezamos por todas las masacres que los japoneses sádicamente realizaron? O que tras rendirse ellos no tuvieron que pagar reparaciones de guerra como Alemania. O que nunca dieron una disculpa a las otras naciones que sufrieron sus abusos. Ellos pudieron rendirse antes y empezar conversaciones, pero no lo hicieron. La culpa al final va al desprecio que el japonés tiene hacia la vida, más aun cuando es ajena. Una pregunta, y cuándo estos malandros van a solucionar las constantes descargas radioactivas de Fukushima al mar? Y ni una explicación. Siempre esa posición que a ellos no les interesa los demás.
ResponderEliminar¿Y en dónde estaría dios que no vio esta barbarie.
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