Tom Reynolds abordó su vuelo a Chicago con la tranquilidad de haber reservado un asiento en el pasillo, ideal para su altura de aproximadamente 1,96 metros. Sin embargo, al llegar a su lugar, se encontró con una sorpresa: una mujer rubia ya estaba sentada allí. —Disculpe —dijo Tom con cortesía—. Ese es mi asiento. Lo reservé específicamente. La mujer levantó la mirada y, con una confianza desbordante, respondió: —Soy rubia, soy inteligente y me quedaré en este asiento del pasillo hasta que aterricemos en Chicago. Tom frunció el ceño y revisó su boleto, que confirmaba que el asiento del medio era el suyo. Señalándolo, trató de razonar: —Su boleto dice que está en el medio. Reservé este asiento porque necesito espacio para las piernas. Mido casi dos metros; usted mide, ¿qué?, unos 1,55 metros? Estará cómoda en el asiento del medio. Pero la rubia no se inmutó. —Soy rubia, soy inteligente y me quedaré aquí hasta que aterricemos en Chicago —repitió con calma. La mujer que ocupaba el asiento...