Cuando Marina Yuryeva dio a luz a su hijo, su esposo, Igor Petrov, quedó atónito. El niño, que se suponía que debía ser el nuevo miembro de su familia eslava, tenía la piel oscura, como si hubiera nacido en las cálidas costas de África. —¿Cómo es posible? —murmuró Igor, observando al bebé con incredulidad. Su perplejidad pronto se convirtió en sospecha, luego en ira. Decidió que su esposa lo había engañado con un extranjero, alguien de rasgos exóticos. Sin escuchar explicaciones, hizo su maleta, tomó su abrigo de cuero y desapareció de la casa sin mirar atrás. Marina, entre lágrimas, juraba su inocencia, pero nadie la creyó. Los médicos solo se encogieron de hombros y mencionaron la posibilidad de que se tratara de un salto genético, una rareza en la herencia familiar. Sin embargo, Marina no recordaba ningún antecedente en su linaje. ¿Cómo podía haber sucedido algo así? Rumores y sospechas El pueblo no tardó en hablar. Los vecinos susurraban, señalaban a Marina y murmuraban teoría...