Cuentan que cuando los jóvenes monjes ingresaban al monasterio, les preguntaban qué esperaban de aquello.
Tres jóvenes, que habían coincidido en el camino, empezaron su formación el primer día con el maestro más veterano.
El maestro les preguntó:
- ¿Qué esperáis de la vida?.
El primer joven respondió que siempre había admirado a los maestros, pues personas de todo el mundo recorrían miles de kilómetros para encontrarse con ellos y que les diesen consejo. "Me gustaría ser un gran maestro, famoso en regiones y comarcas", recalcó.
Expectativas sobre la vida |
El segundo de ellos contestó que provenía de una familia muy humilde donde apenas les llegaba el sustento. " Quiero ser un gran maestro para tener dinero suficiente para ayudar a familiares, amigos y conocidos con mis riquezas", concluyó.
El tercer joven comentó que había oído cómo los mejores maestros tenían poderes extraordinarios. " Me gustaría llegar a tener un gran poder".
Al cabo del tiempo, cuando llevaban muchos años de aprendizaje, el maestro les volvió realizar la misma pregunta.
El primer monje contestó que le gustaría hacer un trabajo bien hecho.
El segundo monje transmitió que le gustaría ayudar a cada persona a proveerse su propio sustento.
El tercer monje reflexionó cómo le gustaría ser capaz de no utilizar los poderes que había desarrollado.
Mientras veían llegar a nuevos aprendices, cavilaban en cómo habían evolucionado, cada uno, con sus propias expectativas. Fue entonces cuando uno de ellos le preguntó al maestro:
-Maestro, ¿y tú qué esperas de la vida?
-Lo que suceda.
Lo que tenga que ser, será. En las sociedades tradicionales con fuerte implante de la religión, que el destino de los hombres esté en manos de los dioses quita responsabilidades y quebraderos de cabeza y sirve de alivio o consuelo para las penalidades que sobrevengan (el miedo a la libertad, que diría el señor Fromm). La versión laica del asunto es dar mayor importancia al papel del azar, aunque el destino es algo que se puede cambiar por la actuación humana.
ResponderEliminarUn saludo, Carlos.
Creo que en el término medio está la virtud: ni fatalismo determinista ni libre albedrío. El destino de da unas cartas (determinismo) y tú las juegas (libre albedrío). Este debate es tan viejo como la filosofía, no voy a ser yo el que lo solucione.
EliminarUn saludo, Cayetano.